El dinero en efectivo cumple dos funciones básicas en nuestra sociedad: 1ª) es medio de pago y depósito de valor. 2ª) en contra de lo que algunos creen, su uso está creciendo, en valor absoluto y en proporción al PIB, en prácticamente todos los países del mundo, menos en Noruega, Suecia y Dinamarca.
En el caso de las divisas más reconocidas, tales como el dólar o el euro, el efectivo crece más por su utilización como depósito de valor, dentro y fuera de sus propias fronteras, que por su utilización como medio de pago.
En las sociedades más desarrolladas, la utilización de los medios de pago electrónicos está creciendo más rápido que el efectivo. Pero esto no implica que éste se reduzca, sino que crece a un ritmo menor.
El efectivo tiene ventajas.
Hasta ahora, es el único medio de pago realmente instantáneo, es aceptado universalmente y está al alcance de todo el mundo (incluyendo las personas que viven y trabajan en economías poco desarrolladas) y en cualquier circunstancia (cuando hay problemas con las comunicaciones o no hay acceso a las fuentes de energía). Es, además, un depósito de valor seguro, como se ha demostrado en los momentos de crisis, bancarias o de países, en los que los ciudadanos han preferido aumentar sus tenencias ante el temor de no tener acceso a sus saldos o que estos perdieran su valor.
El uso del efectivo también tiene costes.
Algunos son directos para los bancos centrales, las entidades de crédito y los comerciantes: la fabricación, el transporte, el almacenamiento, el tratamiento de los billetes usados y la seguridad en todos esos pasos. Y otros indirectos, para toda la sociedad, porque el efectivo facilita el funcionamiento de la economía sumergida, conocida por los pagos en «b».
Por ello, es necesario un equilibrio entre los beneficios y los costes del uso del efectivo: si los costes superan los beneficios, su uso debería disminuir. No es fácil determinar cuál es ese nivel, pero en la medida en la que, dentro de una unión monetaria, el uso del efectivo en un país es superior al de otros, siendo similares los sistemas financieros, está claro que hay margen para su reducción, pero seguro que no será hasta desaparecer.
¿Será sustituido el efectivo por las nuevas monedas virtuales?
NO, al menos en un futuro previsible. Las monedas virtuales no cumplen con los requisitos sociales (aunque sí técnicos) para ser consideradas «dinero»: pueden ser un medio de pago pero no son fácilmente accesibles, no son universalmente aceptables y no son capaces de almacenar valor de forma estable. Y ni siquiera las nuevas tecnologías tienen capacidad para procesar el volumen de pagos que se realizan en efectivo. Habrá innovaciones que mejoren los pagos electrónicos, por ejemplo los pagos inmediatos por transferencia, pero sustituir el dinero físico por un formato de moneda virtual de uso generalizado es, hoy por hoy, imposible.
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